Mientras le escucho, escribo por puro placer. O más bien por desahogo, que es lo mismo, al menos para mi. Me dice:
“Estás todo el día pegado al móvil”
Pero en realidad, le escucho. Le escucho todo el rato. Y cada vez que se mueve le pregunto:
“-¿que haces? -naaa. Divertirme.” (Y se ríe)
Está dando pasitos cortos junto a la cama. Ha leído todos los letreros, todos los botes. Se sabe el contenido de todos los frascos, tubos, bolsas y medicinas. Sabe para qué es cada aparato. Sabe lo que se ve desde cada ventana de la planta 5. Lo pregunta todo, como los niños. Ahora está contando cuantos pasos tiene la habitación de ancho. Su cabeza, acostumbrada al Ulises de Joyce y otras lindezas, no para. Cuando era pequeño, encontré entre las páginas de este libro una lista con todos los personajes unidos con flechas que los relacionaban. Exprime los libros. Lo exprime todo. El primer día, cuando no sabía si tenía daños cerebrales por lo que había pasado, repasamos juntos la alineación de barcos de la batalla de Trafalgar. Y la recordaba, con número de cañones incluidos.
“-El Santísima, el Bucentaure, el Victory, el neptuno…”
Sigue (seguimos) dentro de esta habitación azul y blanca. Huele a alcohol y a claveles que trajo mi madre que es muy huertana y muy poeta. Han pasado 7 dias casi desde que María me despertó de madrugada y me dijo “Cariño, tu padre ha tenido un ictus”. No se puede sentir mas claustrofobia, desamparo y rabia que en ese momento. Es como si fuera un rayo lo que te despierta. El ser que te dio la vida casi se muere. Es abrir la puerta y que entre la tempestad rompiéndolo todo. Al final no ha sido un ictus, como nos dijeron en la ambulancia al principio, pero todavía no sabemos lo que ha sido. Y esa incertidumbre nos consume un poco cada hora que pasa. Él, tan fuerte, tan “mi padre”, esta en el hospital por primera vez en su vida, tras 70 primaveras de deporte, vida sana y “no me pongas salsa Maricarmen.” Ironías de esta puta vida.
“- ¿Que miras? -El aire. Hoy está despejado fuera.”
Siempre está mirando fuera. Como si esto fuera una cárcel con mejor comida y cama. Pero el quiere salir: hacer volar su imaginación subiendo una dura montaña. Explorar, descubrir. Los aventureros no están hechos para este pequeño cubículo. En su alma está Colón, Ed Hillary y -yo creo- el que descubrió el fuego. Me dice: “Ahora me voy a dar otra vuelta por aquí.” Y se queda tan ancho. Se sabe ya todas las plantas del hospital. De la cero a la siete. Lo va leyendo todo -carteles, letreros, señales, todo- mientras me lo llevo a andar todos los días. Su mayor triunfo: las ventanas de la septima planta. Es como el pico de aquí. Siempre hacia arriba. A buscar las mejores vistas.
“-Eso es Carrascoy, aquello La pila, eso la panocha, allí Sierra Espuña, aquello es Abanilla, lo de allá, Los Almeces… Recuerdo subir sin agua ni ná”
Se las sabe todas: altitud, dificultad, inicio del sendero, el bar que hay abajo, si subió en verano o en invierno, si vio nieve o una poza de agua. Detalles de montañero. Es una enciclopedia que se resiste a estar guardada en este lugar. Su mirada busca el horizonte siempre. Es como esos perros lobos que corren más y parecen más felices cuando los sueltas en espacios abiertos. Si tenéis perro, lo entenderéis.
“-Si esta noche subo a la Pila y te hago señales con una luz… ¿me veras? (Calcula) -Depende de la luz y de donde te pongas. “
Ronronea el aire acondicionado. Hemos comprado un pequeño ventilador porque no funciona bien. La silla chirría. Estoy sentado junto a su cama de hospital. Bueno, junto a la silla. No le da la gana usar la cama. Se resiste a tumbarse. Creo que es un acto de rebeldía contra la enfermedad. Contra la vejez y el deterioro. No quiere ser un viejo enfermo, pero no por insensatez, sino porque no lo es.
“-¿por qué no te tumbas? -No me gusta la cama. A cada uno le gusta una cosa. Y a mi no me gusta, ni aquí ni en mi casa.”
Los dos primeros días no pudo mover los brazos. Y antes de ayer me confesó que pensaba que iba a quedarse inmóvil para siempre. Y yo, me quedé en silencio, y después dije algo. No recuerdo qué. Alguna tontería para hacerle sonreír.
“-Si te quedas inmovil te puedo dar collejas y no te vas a poder defender. Asi que cuidao.” (Se ríe)
Y mientras lo decía pensé -ya sabéis como son a veces los hijos- lo que en realidad quería decirle. Y pensé escribirlo para que algún día lo lea: No te preocupes Viejo Lobo. Todavía subirás montañas. Todavía te quedan horizontes que otear y paredes que escalar. Surcarás de nuevo el mar y tendrás tiempo de repasar tu biblioteca entera. De esta sales. En casa, cuando leas esto, dirás (o quizás solo pensarás, porque somos iguales) “Qué jodio eres capullo, hijo mío, que bonito esto que me has escrito” Y es que, aparte de erudito y aventurero, siempre ha sido muy palabrotero.